Los Mejores Mitos Clásicos de Tlaxcala

                               Mitos Clásicos de Tlaxcala

Un mito es una narración maravillosa protagonizada por dioses, héroes o personajes fantásticos, ubicada fuera del tiempo histórico, que explica o da sentido a determinados hechos o fenómenos.

Los mitos, en este sentido, forman parte del sistema de creencias de un pueblo o cultura. Considerados en conjunto, los mitos conforman una mitología. La mitología, como tal, es la que sustenta la cosmovisión de una cultura, es decir, el conjunto de relatos y creencias con los cuales un pueblo se ha explicado tradicionalmente a sí mismo el origen y razón de ser de todo lo que lo rodea. 


                                          El niño milagroso de Tlaxcala

El Santo Niño Milagroso de Tlaxcala (el más pequeño de los estados del México) representa una de las figuras más importantes de las tradiciones religiosas y artesanales de nuestra imaginería popular. La tradición oral nos cuenta que en los primeros años del siglo XX, un humilde artesano que vivía en la ciudad de Tlaxcala trabajaba en la talla imágenes religiosas que elaboraba en madera de ayacahuite, para ganarse la vida y poder alimentar a su esposa y prole. Pero como el artesano no era muy artista ni contaba con mucha creatividad, las imágenes que tallaba no eran de buena calidad, sino bastantes toscas, y un tanto cuanto ingenuas.

La familia del artesano se encargaba de vender la producción recorriendo a pie las calles de la ciudad de Tlaxcala. Un día del mes de junio de 1913, en su recorrido diario los vendedores pasaron delante de la casa de la familia Anzures, de buenos recursos y pudiente. Al oír los pregones, la señora Anzures salió a la calle y les compró una escultura del Niño Jesús, aun cuando no le hacía mucha falta, pues tan sólo trataba de ayudar a la esposa y los hijos del artesano. Sin embargo, Concepción, Conchita como se la llamaba de cariño, la más dulce y bonita de las hijas de los Anzures, quedó fascinada con la imagen del Niño Jesús. Le gustó tanto que enseguida la tomó en sus brazos, y le otorgó su eterna devoción.

Cuando llegó el 23 de diciembre, Conchita colocó al Santo Niñito en el pesebre del “nacimiento”, como es costumbres entre los católicos de México. Tiempo después, el día 2 de febrero dedicado a la Virgen de la Candelaria y a la festividad de la Presentación del Señor, día ritual en que se “viste” al Niño Dios, y se le levanta del belén para arrullarlo y llevarlo a bendecir a la iglesia, la familia Anzures atavió a la imagen con un hermoso ropón de color azul celeste, y gorrito y zapatitos a juego tejidos con estambre. Conchita fue la encargada de “levantarlo”.

                                                El bello volcán La Malinche

El volcán Matlalcueye, como también se le conoce, se encuentra entre los estados de Puebla y Tlaxcala. Se trata de un volcán activo que mide 4,420 metros de altura. Es un bellísimo lugar que fue declarado Parque Nacional en el año de 1838. Desde el siglo XVII se le conoce con el nombre de Malinche o Malitzin, en honor a Doña Marina o Malinalli, la esclava traductora, “la lengua” de Hernán Cortés.

En cierta ocasión, Doña Marina tenía mucho calor y decidió ir a bañarse a la Laguna de Acuitlapilco, -sita en la parte sur del actual estado de Tlaxcala-, para refrescarse un poco. Avisó a su amo Cortés adónde iba y se encaminó a la laguna acompañada de cuatro esclavas. Cortés no puso peros y la dejó ir a refrescarse. Malinalli salió del campamento en que se encontraban las tropas españolas muy ilusionada de poder ir a chapotear en el agua y quitarse un poco la sensación asfixiante del calor.

Al llegar a la laguna se quitó su hermoso huipil de grecas color turquesa y su enagua color azul celeste, y se metió a bañar a las frescas y claras aguas. Desde el otro lado de la laguna, se encontraban algunos de los habitantes del poblado de Xiloxoxtla que la observaban impresionados, pues ante tanta belleza la habían confundido con una diosa. Al confundirla con una deidad le pidieron que desencantara a la montaña Matlalcuéyatl, a la cual consideraban como un antiguo guerrero que había sido encantado y convertido en volcán junto con su amada.

Al ver a tantos hombres juntos que se le acercaban, Doña Marina empezó a gritar para sí misma. -¡Malinche, Malinche, Malinche! Llamando a su amante al que así apodaban, para que la salvase del peligro en que creía estar. Desesperada la mujer empezó a correr lo más rápido que podía para alejarse de los que creía sus agresores, mientras que los de Xiloxoxtla la seguían algo confundidos por su reacción.

Presto, Hernán Cortés ya había enviado a sus hombres a rescatarla. Al llegar la tropa y hablar con los de Xiloxoxtla todo se aclaró, y desde entonces el activo volcán recibió otro nuevo nombre: La Malinche


                                       La Virgen del Santuario de Ocotlán

En el año de 1541, Juan Diego Bernardino, un indio nahua, topile de un monasterio, iba caminando por un bosque de ocotes, en Ocotlán, Lugar de Ocotes, poblado situado en el estado de Tlaxcala. De pronto, la Virgen se le apareció y le preguntó a dónde se dirigía. Juan Diego le respondió que llevaba agua a los enfermos que se estaban muriendo a causa de una epidemia. Al escucharlo, la Virgen le dijo que la siguiera para darle un agua milagrosa que los curaría, y que debían beber todos los habitantes para preservarse del contagio.

El indio la siguió hasta un fresco manantial en donde llenó su olla con agua, y regresó a su comunidad que se llamaba Santa Isabel Xiloxoxtla. Cuando estaba a punto de partir la Santa Señora, le informó que dentro de un árbol de ocote se encontraría con una imagen de ella, la cual debía llevar al Templo de San Lorenzo.

Juan Diego avisó a los frailes, quienes acudieron al bosque por la imagen. Cuando llegaron el campo estaba envuelto en llamas, pero el fuego no quemaba nada, y en un luminoso árbol encontraron la imagen de la Virgen María. Se la llevaron al templo y la colocaron en el altar mayor, que hasta ese momento ocupaba la imagen de San Lorenzo. Pero al sacristán no le gustó la idea, pues era devoto del santo y, por la noche,  cambió de sitio a la Virgen y volvió a poner a San Lorenzo en el altar mayor.

La virgen de Ocotlán está hecha en madera estofada y policromada. Mide de alto un metro cuarenta y ocho centímetros, y se encuentra sustentada en un pedestal de plata repujada. Un manto la cubre, sus manos se juntan en el pecho a modo de plegaria, y está elaborada de madera de ocote… de aquel árbol de ocote sagrado.


                                                                                        Chucho el roto

Chucho el Roto, cuyo nombre fue Jesús Arriaga, nació en Santa Ana Chiautempan. Tlaxcala, en la Calle del Gallito, en 1858. Chucho fue un famoso ladrón que se inició en la carrera de malviviente a causa de un hombre rico que le envió a presidio cuyo nombre fue don Diego de Frizac, por haberse enamorado de la señorita Matilde de Frizac, sobrina del millonario. En el año de 1885, se fugó de la cárcel de San Juan de Ulúa situada en una isla frente al Puerto de Veracruz.

Chucho y Matilde tuvieron una hija llamada María de los Dolores cuando él ejercía el oficio de carpintero. Al descubrirse el hecho la familia Frizac lo amenazó de muerte, y aun Matilde le rechazó por temor a la cólera de su tío. Acongojado, Chucho se raptó a la pequeña, fue hecho prisionero y encerrado en la Cárcel de Belem de la Ciudad de México, de donde fue llevado a San Juan de Ulúa.

Para cometer sus robos, Chucho el Roto se vestía de manera elegante, razón por la cual le apodaron “el roto” (petimetre). Contaba con varios cómplices, La Changa, Juan Palomo y Lebrija, quienes le ayudaban a efectuar sus robos. Gran parte de lo robado Chucho lo regalaba a los pobres que le querían mucho.

Nueve años después de escapar, fue apresado durante su último robo, en las Cumbres de Maltrata, Veracruz. De vuelta a San Juan de Ulúa quiso volver a escapar, pero la traición de su compañero de celda Bruno, truncó sus intenciones. Herido por una certera bala, fue recapturado. El coronel Federico Hinojosa, director del penal, mandó que se le diesen cien azotes llamándole “desgraciado”, a lo que Chucho respondió: – ¡No puede ser desgraciado el que roba para aliviar el infortunio de los desventurados! Entonces, el coronel ordenó trescientos azotes. En San Juan le metieron a una celda de castigo, El Limbo, donde el verdugo El Boa le azotó. De El Limbo fue trasladado al Hospital Marqués de Montes, donde murió el 25 de marzo de 1894. Contaba con treinta y seis años de edad. Su cuerpo fue trasladado a México  y recibido por su hermana, Matilde y su hija Lolita. Cuando abrieron el ataúd sólo encontraron piedras.



                                                 Autor: Francisco Raúl Jiménez Santacruz


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